¿La inflación es un flagelo o una virtud?

Eduardo Barreira Delfino

por Eduardo Barreira Delfino

jueves, 17 de enero de 2013

La realidad económica de la actualidad viene indicando que existen presiones crecientes por el lado de la demanda (mayores consumos y aumentos de salarios) que se contraponen con paulatinas restricciones del lado de la oferta (insuficiencia de inversiones y limitaciones productivas).

Todo ello dentro de un contexto de gasto público desmesurado e ineficiente. Estas circunstancias son demostrativas de una situación estructural que se va manifestando y verificando a través de un constante y solapado incremento de la inflación.

Al esclarecimiento de ello, conspira un marco de manipuleo de la información para disfrazar el proceso comentado, que deriva en la falta de datos verdaderos de comparación que puedan ser utilizados por funcionarios públicos y agentes económicos y, consecuentemente, en la agonía de la credibilidad social, resintiéndose así el principal factor de la economía que es la psicología.

Este simplista manipuleo estadístico, que no hace más que incentivar el desconocimiento acerca de cuales son las cifras técnicamente reales de las variables económicas y sociales, trae un doble perjuicio: a) para el gobierno, por no saber que medidas adoptar para solucionar los problemas que diariamente se manifiestan en los más diferentes sectores de la comunidad, por ausencia de datos objetivamente ciertos; y b) para la sociedad en su conjunto, ante igual falta de certeza, por generar la incertidumbre sobre su futuro inmediato como mediato.

La sociedad ya siente la “sensación térmica” del enquiste de la inflación en la economía cotidiana, variable que incide y se traslada a la macroeconomía. El deterioro del valor de su moneda, es la prueba cabal que patentiza esa sensación, por ello su huída persistente hacia otra moneda con reserva de valor y aptitud de ahorro.

Siempre me enseñaron y entendí que la inflación es un flagelo colectivo, porque al restar relevancia al valor de la moneda se desdibuja esa inexorable “precondición” para promover y consolidar el ahorro y la inversión como para cimentar la estabilidad de los precios y del empleo.

La inflación baja y controlada permite el crecimiento sostenido, precisamente por asegurarse la estabilidad monetaria, financiera y cambiaria. Pero sin adecuado y eficiente control de la inflación, subestimándose sus índices, los esfuerzos para impulsar la producción y el empleo se diluyen en el tiempo.

Sin embargo, pareciera que la inflación tiene bastantes simpatizantes, tanto en el sector público como en el privado, puesto que toda economía inflacionaria conduce a que se vean incrementados los ingresos del Estado y de las empresas (impuestos y facturaciones) a la par de sentirse licuados los egresos (salarios y proveedores, sin dejar de mencionar las jubilaciones y las pensiones).

Nominalmente, la ecuación ingresos – egresos resulta positiva, pero sustancialmente esa ecuación es categóricamente inversa. Ergo, la inflación disfraza las malas e ineficientes gestiones en la administración de los recursos, tanto públicos como privados.

El valor económico de los bienes transables depende del valor que le asigne la dinámica de los mercados, los cuales, a su vez, se encuentran condicionados por el comportamiento de las autoridades e instituciones de gobierno del país, en cuanto a sus responsabilidades en la administración de los recursos del Estado.

La correcta y eficiente gestión pública, tranquiliza a los mercados y ello coadyuva a que la inflación tienda a estabilizarse o no insinuarse de modo preocupante. Lo contrario, sensibiliza a los mercados y ello facilita a que la inflación no solo comience a tornarse realmente preocupante sino que continúe potenciándose.

Culpar a las concentraciones económicas – donde las haya – del fenómeno inflacionario, es no entender la economía ni la política. Las concentraciones económicas y dominantes, configuran un fenómeno microeconómico, para las cuales están previstas las leyes de defensa del mercado y la competencia. En cambio, la inflación es un fenómeno macroeconómico, donde la aptitud de gestión y administración del gobierno es determinante.

La experiencia indica que cuando la inflación se ha desatado, las soluciones generales (índices o cláusulas de ajuste) que se implementen, no dan resultados positivos. Todo lo contrario, consolidan y realimentan el fenómeno inflacionario (NUSSBAUM, Arthur “Derecho monetario nacional e internacional”, Cap. II, Sec. 13, Num. V, p. 293, Buenos Aires – Año 1954). Igual suerte corren los aumentos tarifarios o salariales.

Es que los índices que se elaboran por los organismos técnicos contienen en sí una paradoja: los dos factores que intervienen en el índice, precio y moneda, son factores variables; y mal puede hablarse de un aumento del precio de las cosas cuando la moneda con la que se lo representa no es constante; se trata, según la feliz expresión de BOSCH, de medir “algo” con un metro elástico (ALEGRIA, Héctor y RIVERA, Julio C. “La ley de convertibilidad”, p. 75, ABELEDO-PERROT, Buenos Aires – Año 1991).

Por lo tanto, la inflación no se combate con regulaciones sino con gestión y solución de los problemas cotidianos, factores que pueden hacer renacer la confianza social.

Pareciera que estamos desembocando en una época similar a la antesala del “rodrigazo”, pero no es así. Las condiciones macroeconómicas e internacionales de aquella época eran negativas para el país; las de hoy son muy distintas, pues el viento de cola todavía presenta síntomas positivos, pero pese a ello, inexplicablemente la inflación esta presente y su combate esta ausente en las mentes gubernamentales. Por lo tanto, todo presagia que estamos peor que en aquella época.

No olvidemos las sabias palabras de HEMINGWAY en sus “Memorias”, cuando decía que “la primera panacea para una nación mal administrada es la inflación; la segunda, es la guerra. Ambas traen una prosperidad temporal; ambas provocan una ruina permanente. Pero una y otra son el refugio de los oportunistas políticos y económicos”.

Entonces mi nuevo interrogante pasa a ser: ¿la inflación es un flagelo o una virtud?