jueves, 24 de diciembre de 2009
Borges decía que, si de algo era uno rico, era de perplejidades y no de certezas. Quizás en sus crípticas y sobresalientes intervenciones literarias, el gran escritor estaba haciendo escuela en las finanzas personales de cuchilleros, malevos, rufianes de cafetín y, más cerca en el tiempo, hombres y mujeres dados a invertir en el mapa que dibujan los instrumentos locales, lo que se cifra en los números de la inversión, el azar y hasta la cábala, este último, por mencionar un elemento que le era muy querido. Porque si algo le sobraba a Borges era curiosidad y paciencia: justo los atributos que, a partir de ahora, le harán buena falta al inversor argentino.
La frase de Borges, eso de que nadie se hace rico con las certezas, está bastante bien si se la piensa en clave plazofijista: invertir en un instrumento –en este momento generoso en amarretismo– como el plazo fijo, es culturalmente uno de los pilares de la inversión en certeza criolla junto a los ladrillos anaranjados.
Sin embargo, en los últimos meses, la tasa de interés que pagan los plazos fijos a los ahorristas argentinos va camino a convertirse en un auténtico caso de peor-es-nada, si tenemos en cuenta que debido a la gran afluencia de pesos en el sistema financiero, ya remuneran por la triste figura de un dígito; que es lo que hay hoy en el mercado local.
Esto, comparado con la inflación del 15% anual promedio estimada para 2010, deja un saldo negativo en términos reales que, para aquellos con expectativa y cierta inquietud inversora, resulta indigesta y que habrá que ‘pasar‘ con una bochita de helado de crema o una buena cartera diversificada de inversiones. Esperar una recomposición de estas tasas puede ser una de las apuestas, pero esta operará siempre de la mano de la inflación, razón por la cual nunca será buen negocio del todo.
Con la desventaja de que, durante un buen tiempo, los bonos argentinos estuvieron demasiado emparentados con otras actividades como el paracaidismo y la ruleta rusa (en función del riesgo a asumir), para los argentinos el abanico de instrumentos de inversión pasa, –fija nacional– por otras herramientas más sofisticadas pero de fácil alcance como el cheques de pago diferido, fideicomisos, fondos comunes de inversión, exchange traded funds, bonos corporativos y acciones.
A ese menú se suman fideicomisos asociados a emprendimientos inmobiliarios y productivos ligados al agro que, en algún caso y seleccionando con precaución y por ranking de confiabilidad de los desarrolladores y fiduciantes, pueden dar entre 15 y 25% anual en dólares con algún plazo de espera en los primeros años.
Esta amplia cartera de inversión promete diversificación, en algunos casos liquidez, en otros distintas frecuencias en el cobro de cupones, rentas y amortizaciones y, siempre, distintos niveles de riesgo de acuerdo al instrumento y a la calidad del activo en el que esté invertido. Todo esto es importante en función de qué horizonte de inversión se tiene, el riesgo a asumir y la necesidad de ese recurso prevista.
A sacarle punta al lápiz
Volviendo a la ecuación de la rentabilidad, la caída de las expectativas de devaluación del peso argentino, sumado a ciertos -por ahora- guiños para re-encaminar la reapertura del canje para los bonistas que quedaron afuera en el 2005 y, más importante, la perspectiva de arreglo con ese invento argentino pero con aires europeos que se llama “Club de París”, le ha dado respiro a la salida de capitales, y esto ha derivado en una sensible baja del riesgo país, una tasa de interés que cobran los inversores por sobre la tasa que paga el bono de los Estados Unidos, considerado el activo financiero más seguro del mundo.
Por eso el plazo fijo pasó de convertirse la mejor alternativa de inversión a la que ya no podrá dejar satisfecho al inversor. En rigor, lo que hay es un nuevo mapa que hay que aprender a seguir; donde el plazo fijo bien puede ser una alternativa más de una cartera de inversión diversificada que le aporte algún color local, algo de liquidez en pesos y estabilidad a la inversión, pero que de ninguna manera conformará la sumatoria de todas las complacencias. Desde ese punto de vista, y mal que le pese al inversor tradicional, el plazo fijo ha muerto.
Fuente: El Cronista
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