La crisis en la eurozona
lunes, 29 de noviembre de 2010
Irlanda necesitó un rescate no por fallas fiscales sino por excesos financieros y pese a la notable flexibilidad de su economía. No obstante, Alemania insiste con el repliegue fiscal y la reestructuración de la deuda
Si algo bueno puede salir del desastre irlandés es a través de la comprensión de que la perspectiva clásica de Alemania sobre los problemas de la eurozona está equivocada. Cualquier unión monetaria entre economías diversas es una aventura arriesgada. Pero con ideas erradas acerca de cómo debe funcionar, puede resultar calamitosa.
¿Cuál es esta perspectiva canónica? Es que los problemas centrales de la eurozona son los de incontinencia fiscal e inflexibilidad económica, y por tanto las soluciones correctas son la disciplina fiscal, reforma estructural y reestructuración de la deuda. Irlanda, sin embargo, no está en problemas por fallas fiscales, sino por excesos financieros; Irlanda ha necesitado un rescate, pese a la notable flexibilidad de su economía; y el énfasis en la reestructuración de la deuda ha, predeciblemente, desencadenado una crisis. Estas realidades deberían hacer reflexionar a Alemania. ¿Lo harán? Lo dudo.
Irlanda no tiene nada que ver con Grecia. En 2007, la deuda pública de Irlanda era sólo de 12% del PBI. Esto se compara con el 50% en Alemania y 80% en Grecia. También España tenía una deuda pública neta de sólo 27% del PBI en 2007. Si las reglas fiscales se hubieran aplicado tan estrictamente como las autoridades alemanas dicen desear ahora (aunque sus predecesores resistieron que se les aplicaran a sí mismos a comienzos de los 2000), habrían afectado a Francia y Alemania con el doble de frecuencia que a Irlanda o España entre la creación de la eurozona y la oleada actual de crisis.
No fue el sector público sino el privado el que enloqueció en Irlanda y España. En el ambiente de bajas tasas de interés provocado por la debilidad crónica de la demanda en países europeos clave (la demanda doméstica real de Alemania era apenas 5% más alta en 2008 que en 1999) los precios de los activos y el crédito explotaron en varios países de la periferia, en especial Irlanda. Una política monetaria expansiva tiene que trabajar en esta forma, en alguna parte. Más aún, hasta noviembre de 2007, los diferenciales de la deuda pública irlandesa y española sobre la alemana eran cercanos a cero. Tampoco es sorprendente que los proveedores privados de crédito fracasaran en contener el boom: lo provocaron.
Y llegó el “momento Minsky”. Los mercados financieros cambiaron de ánimo, los precios de los activos colapsaron, todos los préstamos descontrolados salieron a la luz y el gobierno irlandés corrió a garantizar sus bancos. La combinación de las garantías con enormes déficit fiscales causados por el repliegue del sector privado (el sector privado irlandés tendrá un excedente financiero de 15% del PBI este año, según el Fondo Monetario Internacional) ha causado una explosión del endeudamiento público. Pero esta calamidad es consecuencia de la crisis, no su causa. Más aún, la idea de que Irlanda pudiera tener un excedente fiscal suficientemente grande como para compensar el impacto desestabilizador del boom del sector privado es ridícula. Tampoco lo exigían los tratados, que no toman en cuenta la mala conducta del sector privado.
Hasta aquí con las causas. Ahora consideremos las soluciones. A Irlanda no le falta flexibilidad. Por el contrario, sus costos laborales unitarios han colapsado en relación con los de Alemania. Esto le da al país una buena probabilidad de crecer para salir de sus dificultades en el largo plazo. Pero en el cortoplazo, la caída en sueldos y precios empeora la resaca del endeudamiento denominado en euros. Bajo presión, Irlanda ha impuesto también un repliegue fiscal. Pero buscar la deflación de una economía que sufre del colapso de una burbuja en los precios de los activos con frecuencia no funciona, aunque Irlanda, como una pequeña economía abierta, tiene mejores probabilidades de exportar su salida de la recesión que otros miembros vulnerables de la eurozona.
Desafortunadamente, mientras Irlanda intentaba lograrlo, los miembros de la eurozona acordaron introducir un mecanismo de reestructuración de la deuda soberana, a instancias de Alemania. De hecho, el acuerdo el 18 de octubre entre Angela Merkel, canciller de Alemania, y Nicolas Sarkozy, presidente de Francia, de buscar una revisión de los tratados para introducir tal mecanismo provocó ventas de bonos en Grecia, Irlanda y Portugal. Esto, a su vez, contribuyó al nuevo brote de pánico.
Paul de Grauwe, de la Universidad de Leuven, un fiero crítico de estas ideas, destaca en un paper para el Centre for European Policy Studies, la legitimización de la reestructuración de la deuda soberana sin duda creará corridas especulativas. En cambio, recomienda la creación de un gran fondo monetario europeo, para financiar los ajustes necesarios. El caso en pro de ello es que el sector privado crea excesos autoalimentados en la subida y en la bajada. Al asumir lo peor, hace casi inevitables los malos resultados. Esto proporciona los argumentos a favor del prestamista de última instancia. No impide la reestructuración de la deuda, pero eso debería ocurrir sólo cuando el ajuste no es posible. Sin apoyo de liquidez, sin embargo, el ajuste por sí solo con frecuencia fracasa en dar vuelta los ánimos, porque a los inversionistas la promesa de una austeridad aún mayor les resulta increíble. Puede que el default entonces sea inevitable, aún si podría ser innecesario con términos de endeudamiento menos onerosos.
Evidentemente, la visión alemana de cómo proceder refleja más que las convicciones de su elite. La hostilidad del público a los “rescates”, aunque vayan a recuperar su dinero, más el rol de si tribunal constitucional, hacen inevitables sus demandas. La gran pregunta, sin embargo, es si una unión monetaria conducida en las líneas alemanas puede funcionar.
En el mejor de los casos, la dependencia en la disciplina fiscal y la reestructuración de la deuda soberana ciertamente generará una política muy procíclica. En el peor, se traducirá en una depresión seria e incumplimiento entre los países miembro. Más aún, este también es un problema global: el énfasis en el ajuste deflacionario en los países más débiles crea el riesgo de convertir a la eurozona como un todo en una enorme Alemania, dependiente de la demanda importadora del resto del mundo. Como destaca Philip White en un paper para el europeísta Centre for European Reform, la eurozona es muy demasiado grande como para jugar ese rol en la economía mundial. Entonces, la cuestión de los desequilibrios dentro de la eurozona es ineludible, sin importar cuánto se resista Alemania a tener esa discusión.
La crisis es un desafío enorme para Irlanda, que debería convertir la deuda bancaria no asegurada en capital más que obligar a sus ciudadanos a rescatar a todos los prestamistas imprudentes. Pero el caso irlandés también muestra que la idea alemana de cómo funciona la eurozona está equivocada: la negligencia fiscal no es el principal problema y el repliegue fiscal y la reestructuración de la deuda no son las únicas soluciones. Uno no puede aprender de la historia si no la entiende.
Fuente: El Cronista
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