nota de opinion
martes, 01 de octubre de 2013
Cuando los gobiernos, los particulares y las empresas se "asocian" en un proceso de generación de desempleo e inflación, el crédito puede amplificar herencias cargadas de compromisos para las próximas generaciones
El mercado de crédito hace posible que las familias adquieran bienes y servicios sin que en ese momento cuenten con el dinero necesario para cancelar la obligación. Los bancos y otros intermediarios financieros, mediante la utilización de fondos de ahorristas que prestan pensando en su futuro, permiten que este proceso de adelanto de consumos y acumulación de deuda sea relativamente estable. A través de este mecanismo basado en la confianza en las garantías y el cumplimiento de los contratos, el crédito (del latín credititus o cosa confiada) traslada bienestar material desde el futuro hacia el presente. Visto de este modo, el panorama luce más que imperdible porque, desde un lado y del otro, todos se benefician.
En "el sur subdesarrollado", donde los gobiernos, los particulares y las empresas "se asocian" en el proceso de generación de desempleo e inflación a través de diversos mecanismos, ese mundo idílico se diluye. La inestabilidad macroeconómica genera episodios inconsistentes de endeudamiento y crisis. Si los acuerdos se celebran en monedas, tasas de interés y cláusulas contractuales de otras realidades (deuda externa) y si la situación productiva, financiera y fiscal se deteriora, el panorama es aún más crítico. Se deteriora más el clima social si, internamente, no se tiene demasiada conciencia, planificación y contacto con la realidad nacional (actual e histórica). En estas regiones, entonces, el crédito puede amplificar herencias cargadas de compromisos y penurias que deberán ser pagadas por las próximas generaciones. Ser "sujeto de crédito en estas tierras", por lo tanto, no siempre es sinónimo de progreso y arribo a "la tierra prometida".
No quedan dudas que la globalización financiera (fundamento del mercado global de crédito) cambió el mundo, quizás tanto como lo hicieron las atrocidades cometidas por las expediciones españolas y portuguesas (la globalización colonial) en América, África y Asia hace más de 500 años. Cuando se habla de la aldea financiera global en la actualidad, instantáneamente surge la imagen de individuos, empresas y Estados comprando y vendiendo deuda emitida en cualquier lugar del mundo. Esta imagen dinámica, atractiva, impersonal y "altamente vendible" en las sociedades (especialmente en aquellas donde el crédito no abunda y las clases acomodadas dominan la escena), suele ser utilizada por "el relato" (palabra muy de moda) como una necesidad y un paso inevitable en el camino al desarrollo.
En "el sur subdesarrollado", lo anterior no es necesariamente cierto. Cuando se toma crédito, el dinero barato "en moneda dura" ingresa creando interminables estados de triunfalismo. Los adeptos a estas prácticas celebran estos resultados de mercado y "venden el secreto de su éxito" sin tenerse en cuenta (o al menos sin darlo a conocer) que en las elevadas tasas de interés y el tipo de cambio bajo, fijo o cuasifijo reside el negocio. Una parte de estos fondos queda en los bancos centrales bajo la forma de reservas, otra llega a las arcas de los bancos comerciales (desde dónde se presta) y la porción restante "viaja" al oscuro mundo de la informalidad. Luego, el crédito en dólares florece sin que, oportunamente, se evalúen los riesgos de un eventual cambio del panorama. Los individuos compran bienes sofisticados producidos en el país y el extranjero (inéditos lujos) y activos financieros, al tiempo que encarecen desmedida y desmerecidamente bonos, títulos y propiedades (fomentan un efecto burbuja). Las divisas que "llueven" desde "el norte desarrollado" (por razones que analizaré en otra nota), inundan la paupérrima capacidad financiera de los mercados locales y confunde a la sociedad que, inconscientemente, supone que esa realidad es la que siempre se mereció y que nunca más se le escapará.
Más allá de la voluntad, la capacidad y el acierto en el proceso de aplicación de esos recursos a la actividad productiva, la sociedad nunca estará exenta de los efectos provenientes de los cambios en las tasas de interés dispuestas por los bancos centrales del "norte desarrollado". Esto es clave porque, atentos a sus propios intereses (combatir una aceleración de la inflación, por ejemplo), las tasas de interés pueden subir repentinamente e inducir una brusca salida de fondos del "sur subdesarrollado" (el inicio de la crisis mexicana data de febrero de 1994 cuando la Fed empezó a subir la tasa de interés). Lo que antes había sido euforia, luego se convierte en fracaso y "pases de factura". Con el pretexto de no entender las relaciones técnicas de la economía y sin haberse percatado (¿involuntariamente?) que su bienestar (en dólares) aumentó "de la noche a la mañana", la sociedad sólo se aboca a encontrar responsables y a acusar al Gobierno de turno porque ya no cuenta con las divisas necesarias para satisfacer sus lujos. Sin siquiera tratar de entender que los estados de bienestar nunca se modifican tanto en tan pocos meses, el malestar general paralizará la economía y el desempleo avanzará. Si no se entiende la anatomía de esta crisis típica, nunca se podrá recomponer el daño social ocasionado por el endeudamiento y el cambio de las condiciones mundiales.
Los peligros de los cimbronazos provocados por esta etapa de la globalización financiera están latentes todo el tiempo. Comenzaron, según el profesor Lance Taylor, en agosto de 1971 cuando Estados Unidos abandonó el patrón oro. Desde ese entonces, el "arduo trabajo" de los especuladores financieros comenzó a mover "los hilos" de las finanzas globales. 40 años antes, un visionario John Maynard Keynes ya alertaba acerca del daño que podría ocasionar este "desfile de modas" de los inversores financieros (frase que describía las decisiones basadas sólo en lo que se cree que hará el resto). Cuando compran y venden activos financieros, nunca contemplan la capacidad productiva de los países, ni la salud del empleo social (recuerde las movidas de Gordon Gekko en la película Wall Street de Oliver Stone). Con esta profusión de evidencia, sorprende que algunos residentes afirmen que el éxito del "sur subdesarrollado" dependa de "su prestigio en el mundo" y continúen quejándose por el relativo aislamiento.
Para terminar, un recuerdo agraviante. Cuenta la historia que en julio de 1824 se firmó un crédito con la casa Baring de Londres. Se dice que al país llegó una porción bastante menor de la que se había pactado, gracias a los intereses leoninos y los saqueos de los ilustres personajes pertenecientes a las familias más tradicionales. En el proceso, George Canning, ministro de Asuntos Exteriores británico, amenazó con cobrar de manera compulsiva (¿invasión militar?) si no se cumplían los pagos (difíciles de honrar, por cierto). Los historiadores afirman que ésa era su manera de negociar. Pero, lejos de ser castigado por los habitantes de "esas tierras" (quedó impune como quienes "inmovilizaron" onerosas sumas en el viaje desde Londres), se lo recordó como a un prócer en una avenida que llevaba su nombre. Paradojas de la historia del crédito y su globalización que, dada la realidad actual del "sur subdesarrollado", deberían ser revisadas concienzudamente.
Fuente: Infobae
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jimenap1989 opinó sobre Banco Galicia el 05/02/20
“Cautivo de este banco, pesimo! Rosario.”
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