Crisis de reservas
martes, 27 de enero de 2015
Pocos especialistas sostienen, a esta altura de la historia, que los bancos centrales deben ser enteramente independientes, inmunes a las necesidades de las políticas económicas de los gobiernos. Y de hecho no lo son en muchos lugares del mundo y menos cuando pueden servir para sofocar crisis.
Otra cosa es que operen como simples apéndices del poder y sean funcionales a todas las decisiones del poder, hasta aquellas que entran en la categoría de arbitrarias, porque se corre el riesgo de que pase lo que estos años ha pasado con el Banco Central argentino.
Aun cuando haga falta digerir una buena cantidad de números, algunos ejemplos ilustran el deterioro patrimonial que ha sufrido la más grande institución financiera del Estado o, mejor dicho, del país:
–El 62% del activo del Central está comprometido por créditos al sector público, más de la mitad con un sólo deudor y encima con un deudor al que será difícil cobrarle. Semejante grado de exposición sería impensable en cualquier banco, privado o público, porque lo pondría ante el peligro de quebrar. La comparación arrojaba 27% para el promedio del período 2005-2009.
–Un cuadro muy parecido aparece con las reservas de la entidad, que hoy representan un 24% de su activo contra el 58% del promedio 2005-2009. Esto se llama descapitalización.
–Más de lo mismo: la deuda en dólares que el Tesoro Nacional acumula con el Central por los pagos a los acreedores privados, que equivalía al 23% de las reservas, ahora está en 171%. Saltó de menos de un tercio a cerca del doble.
–Y la prueba de cómo el Gobierno ha exprimido esa fuente es que desde 2009 la relación entre reservas y PBI cayó a la mitad, del 15 al 7%.
Todo ocurrió en apenas cinco años y durante la gestión de Cristina Kirchner.
En marzo de 2012, la Presidenta impuso una profunda reforma a la Carta Orgánica del Central. Presentada como “un intrumento para el desarrollo económico con equidad social”, fue en realidad un instrumento que permitió multiplicar los pesos que se le sacan para sostener un gasto público a menudo discrecional y pasto de las sospechas, que trepa de récord en récord. Significa emisión lisa y llana que al final genera efectos inflacionarios, por más empeño que Axel Kicillof ponga en negarlo.
Esto también es deuda, para el caso bajo la forma de adelantos transitorios que de transitorios ya no tienen nada. Al cabo del año pasado esa cuenta sumaba nada menos que $ 251.450 millones, seis veces y pico más que en 2009, como cuatro presupuestos del Ministerio de Salud o diez del Ministerio de Educación.
Plata, siempre plata y siempre en magnitudes asombrosas.
Primero fue el Fondo del Bicentenario, luego el Fondo del Desendeudamiento Argentino y entre los dos una montaña de dólares para ratificar que el kirchnerismo resulta, al decir del propio kirchnerismo, “un pagador serial”. Letras Intransferibles a diez años, que no pueden ser negociadas en el mercado, se denomina a las que el Tesoro Nacional le entrega al BCRA a cambio de las divisas.
Y tan grande ha sido el drenaje que en los últimos cinco años el monto de los bonos acumuló US$ 44.300 millones. Encima, por esas obligaciones el Tesoro paga cero de intereses; nada, cuando si tomase fondos en el mercado debería afrontar tasas cercanas a los dos dígitos o mayores a los dos dígitos. Es la otra cara o la cara verdadera del mentado desendeudamiento kirchnerista.
Este año está previsto sacarle US$ 11.899 millones, con lo cual en los últimos seis se llegará a 56.200 millones de dólares. También se agregará una parva de pesos a la cuenta de los adelantos transitorios; emisión, nuevamente.
Todo acentuará el deterioro patrimonial de la entidad y llevará agua al molino de quienes afirman que la deuda del Tesoro Nacional va camino de terminar en un gigantesco pagadiós. No implica rigurosamente deuda, pero otra pata fuerte de la movida sobre el BCRA pasa por sus utilidades que, aunque sólo sean contables, son convertidas cantidades de pesos cuyo destino también es la caja del Gobierno.
Hay algo en este embrollo de números no menos gravoso para el Central: las letras que la entidad coloca en el sistema financiero para esterilizar parte de la plata que emite. Incorporada al pasivo, la factura cantaba $ 276.456 millones a fines del año pasado y quintuplicaba la de 2009.
Así está el banco que debiera ser el más poderoso del país, con el activo muy comprometido por el uso y abuso de las reservas y un pasivo que ha crecido exponencialmente. Nada casual: en el país donde escasean los dólares y abundan los pesos, las presiones sobre el mercado de divisas son un fantasma permanente.
Si en el manual de Kicillof la clave consiste en tener un Estado poderoso para alinear los comportamientos de los agentes económicos a los objetivos de la política, lo que de verdad existe es sólo un Estado grande: en relacción al PBI, su tamaño se duplicó desde 2003, o sea, desde que el kirchnerismo desembarcó en la Casa Rosada.
Récord permanente, tampoco ha dejado de aumentar la presión impositiva. Puesto todo en limpio, el resultado da que nunca en la historia hubo gobiernos que dispusieran de tanta plata junta.
Pero eso es una cosa y una muy diferente cómo se gasta la plata o que ella sea visible en cuestiones clave para garantizar un desarrollo económico sustentable. La prueba salta en la situación de los ferrocarriles, en la de los caminos, los puertos y los pasos fronterizos, en la crisis energética y la falta de gas por redes y de cloacas en regiones pobres del país. Salta, dicho de otra manera, en el deterioro de la infraestructura.
Las próximas autoridades heredarán un Banco Central con las finanzas jaqueadas en varios frentes, apretado, además, por el retraso del dólar oficial y el cepo cambiario.
Recibirán otra fuente de recursos que, en el afán de sumar a la caja, también ha sido estrujada a fondo: el sistema previsional, engrosado notoriamente desde que la privatización de las AFJP puso sus recursos al servicio de los planes oficiales, los que fuesen.
Cualquier relación entre semejantes movimientos y una consigna que Néstor Kirchner trajo de Santa Cruz no es pura casualidad: la plata equivale a poder dice y, añadido, que cuánto más plata haya mayor poder habrá. Los medios son apenas una función del objetivo final, como lo prueba el manejo y el aumento del gasto público en dimensiones que siempre pasaron de largo a la inflación real.
Fuente: Clarín
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